Decidimos
ser anónimos después de que se nos indigestara el reconocimiento popular.
En
esta vida hay dos opciones, buscar el
reconocimiento o buscar la felicidad; dos caminos totalmente opuestos que no hacen más que chocarse, más que distanciarse. Cuando
vives por y para el reconocimiento público te envuelves de juicios y prohibiciones,
cargando con las consecuencias de tu pasado y adelantándote a acontecimientos
futuros que te privan de disfrutar del presente. Es como vivir con un pié en
cada mundo, dos mundos tan separados entre sí como irreales e inexistentes:
Pasado y futuro. La felicidad te la dan
los pequeños detalles, el tomar decisiones sin miedo, disfrutando del aquí y
del ahora, sin remordimientos y sin frenos absurdos. La felicidad consiste en
hacer y deshacer a tu antojo, pensando en el siguiente paso que darás, no en el
último que des al cruzar la meta. La meta es ficticia, hay que vivir el camino que te lleva a ella. La
felicidad del anónimo está dedicada a complacerse a él mismo y al pequeño
círculo que le rodea, a nadie más y a nadie menos.
Nosotros
queremos caminar por la calle sin que nadie se gire, sin que nadie hable, sin
que nadie conozca. Es como caminar de espaldas, es como respirar aire fresco
todo el rato, de ese que te recuerda a algo pero no sabes a qué, de ese que
ahora no es nada pero un día te vendrá a la cabeza sin saber qué, cuándo, dónde
o quién. Aire fresco, aire nuevo, aire
sano.
Peinados de boda, by Coco García